Pintor y Escultor
(1899 - 1968)
Nacido en Rosario el 19 de febrero de 1899, este pintor y escultor ítalo-argentino fue un artista revolucionario cuya trayectoria lo llevó tanto a participar de la vanguardia europea como a dejar su inconfundible sello en el arte local.
Texto: Pedro Alberto Sinópoli
“Nací en Rosario de Santa Fe, mi padre era un diestro escultor, era mi deseo serlo, también me hubiera gustado ser un hábil pintor como mi abuelo…” Así se expresaba Lucio Fontana a principio de los años cincuenta del siglo pasado.
Nació en Rosario el 19 de febrero de 1899, era hijo de la unión del escultor italiano Luis Fontana con la actriz rosarina Lucía Bottini y pertenecía a una familia inscripta en la tradición artística, pues su abuelo Domiciano era pintor y escultor y sus tíos Gerónimo y Domingo, también afincados en Rosario, se dedicaban a la pintura y el moldurado relacionados con la arquitectura.
Eran originarios de Commabio (Varese, Lombardía) y Luis estudió en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Brera de Milán, especializándose en escultura. Su traslado a la Argentina en 1891, se debió más a un espíritu aventurero que a necesidades económicas pues ya había realizado en el Cementerio Monumental de Milán, una considerable actividad como escultor de monumentos funerarios.
Instalado en Rosario en 1893, estableció una empresa escultórica con estudio y local de exposición en la calle Rioja 2070 -frente a la residencia de Juan Canals, poco después Palacio de la Higiene y más tarde Asistencia Pública- y taller en Balcarce 865 donde empleaba a numerosos operarios. Posteriormente, Luis Fontana se asoció con Juan Scarabelli y la empresa cobró un auge y prestigio extraordinarios, realizando en su trayectoria los más importantes y significativos monumentos funerarios en el Cementerio del Salvador de nuestra ciudad.
En 1905 viajó con el pequeño Lucio a Italia, donde parientes lo ayudaron en su cuidado y al tiempo que éste iniciaba sus primeros estudios en una escuela de Varese, se constituía en un niño aprendiz del oficio de su padre. En el taller paterno absorbía el amor por la escultura pero sobre todo asimilaba la pasión por la excelencia artesanal y la maestría técnica lo cual constituyó el fundamento de su futura libertad de lenguaje. Luís Fontana se casó con Anita Campiglio, con quien tuvo tres hijos varones, hermanastros muy cercanos afectivamente a Lucio. Con su madrastra lo unió un profundo cariño.
Al terminar el ciclo primario, asistió a una escuela técnica pero abandonó los estudios en plena Guerra Mundial de 1914-18 y se enroló en 1917 como voluntario con el grado de teniente en el ejército italiano del cual fue dado de baja por una herida en un brazo sufrida en el frente de batalla, baja que fue acompañada con una condecoración al valor militar. Posteriormente completó sus estudios de técnico en construcciones. “…Me dejó la guerra el amargo sabor de la tragedia y el deseo apremiante de volver a la tierra nativa…”, expresó años más tarde. Este sentimiento unido a la temprana muerte de su hermanastro Delfo hizo que en 1921 volviera a la Argentina con su familia. A su regreso y quizás en la búsqueda de su propia identidad, emprendió un período de viajes por la llanura pampeana santafesina, donde realizó trabajos que las escuetas notas biográficas mencionan en forma pintoresca en “ranchos” de la “pampa gringa”.
Con cierta reticencia se integró al taller de escultura comercial de su padre en la firma Fontana, Scarabelli y Cautero pero paralelamente realizaba una apertura hacia otras orientaciones de la práctica escultórica.
Primeras creaciones
El progreso de la ciudad era irrefrenable, con un auge edilicio que respondía al surgimiento de un conjunto notable de profesionales y a la singular bonanza económica que le otorgaba su puerto agro-exportador. Una ponderable actividad cultural comenzaba a desarrollarse con la fundación de entidades que establecían un espacio para el estímulo de diferentes manifestaciones artísticas.
Lucio Fontana se vinculó con artistas locales y entre ellos entabló una firme amistad con el pintor Julio Vanzo. Abrió un taller propio en la calle España 575 y participó en Salones de Bellas Artes organizados en el Museo de Bellas Artes de reciente creación. En 1925 ganó por concurso su primera obra autónoma de gran aliento. Era el homenaje que la ciudad tributaba a Juana Elena Blanco (1863-1925) educadora nacida en Rosario -una de las primeras graduadas de la Escuela Normal de Maestras- que con otras mujeres fundó en 1905 la Sociedad Protectora de la Infancia Desvalida, en 1912 creó la Escuela Taller y en 1920 la colonia de vacaciones de Carcarañá. Lucio tenía 26 años y esta obra juvenil -un bronce constituido por tres figuras, la maestra y dos niños, emplazado en 1927 en el Cementerio del Salvador- responde a un sentido plástico encarado con diversidad de ideas. El grupo escultórico está determinado por la organización de los volúmenes en un esquema piramidal, no exento de una serena carga emocional motivada por la tesonera labor altruista de Juana Elena Blanco en pro de los niños y adolescentes. La figura principal no constituye un retrato sino un rostro ideal y los cuerpos corresponden a formas plenas que se agrupan armónicamente en un trío con un modelado compacto. Es interesante destacar que Lucio enfatizó los pliegues del ropaje de la mujer y su cabello con una línea continua incidida fuertemente en el bronce que hoy podemos asociar con un recurso expresivo similar y recurrente en el futuro.
Junto a las vanguardias europeas
A mediados de 1927 Lucio Fontana decidió retornar a Italia, lo impulsaba la idea de volver a Milán para obtener su diploma en la Academia de Bellas Artes de Brera y, sobre todo, de vivir la gran aventura de la eclosión y desarrollo de las vanguardias. Cabe mencionar su temprano entusiasmo por el Futurismo y el estímulo que le habían significado las noticias de las experiencias vividas en Europa por Berni, Pettoruti y otros argentinos. En la Academia eligió estudiar con el eminente escultor Adolfo Wildt que le enseñó el valor de un empecinado diálogo con la materia y la enjundia de la habilidad manual hasta la exasperación.
Hacia 1930 comenzó su carrera de escultor vanguardista, participó en la XVII Bienal de Venecia y en 1931 realizó su primera muestra individual en Milán. Fontana adhirió al movimiento abstracto italiano, conectado con el de París y a mediados de la década del treinta comenzó a dedicarse a la cerámica en Albisola, ciudad de ceramistas, cercana a Génova. Fueron años en los que recibió un fuerte apoyo económico de su padre, aun activo en Rosario, a quien le escribía en 1933: “Yo lucho, se puede decir con el hambre, pero esto no debe preocuparte –estoy contento- estoy convencido que un día triunfaré y más grande aun será mi satisfacción por triunfar por la calidad y no por pusilánime…”
No obstante haber adquirido en esos años un creciente prestigio, la proximidad de la segunda Guerra Mundial, más el insistente llamado de su padre anciano, lo persuadieron a dejar Italia en enero de 1940.
El regreso a Rosario
Rosario volvió a ser durante varios años su medio natural. La ciudad que recibió a Lucio Fontana vivía un apogeo, había cambiado sustancialmente desde aquel 1927 en que la dejara. Era cosmopolita y a la vez provinciana, tumultuosa, caótica en algunos aspectos, pero sin dudas la imagen palpitante del progreso. Su laboriosidad e inventiva se evidenciaban en la arquitectura, variopinta en expresiones, pero con algunas realizaciones que dada su magnitud aun no han sido superadas. Fontana realizaba periódicos viajes a Buenos Aires porque el pintor rosarino Alfredo Guido, Director de la Academia Nacional de Bellas Artes, le otorgó la Cátedra de Modelado, cumpliendo con una promesa que le había hecho en París en 1937. No obstante, se sumergió en la vida de su ciudad que presentaba una actividad cultural intensa y multiforme.
Desde diciembre de 1937 el Museo Municipal de Bellas Artes contaba con una sede propia, importante edificio resultado de un concurso y una donación privada. Estableció una fuerte amistad con sus colegas artistas rosarinos, con quienes integró el primer plantel de profesores de la Escuela Provincial de Artes Plásticas. Participó en el concurso nacional para el proyecto del Monumento a la Bandera junto a los arquitectos Hernandez Larguía y Newton obteniendo el 2º Premio y fue galardonado en Salones Nacionales. Lucio tenía poco más de cuarenta años, manifestaba un carácter vivaz, entusiasta y propensión a la amistad, rasgos que fueron permanentes en su personalidad en coincidencia con la descripción de años posteriores hecha por el crítico Jan van der Marck cuando lo recuerda como “…un hombre brillante, extremadamente cómodo con sí mismo y con el mundo.”
El Sembrador
En 1941 Lucio Fontana y su colega y joven amigo Osvaldo Raúl Palacios ganaron un concurso patrocinado por la Asociación de Comerciantes de Rosario con el proyecto de un relieve escultórico que denominaron El Sembrador. La obra formaba parte del llamado “Plan Repetto” -en referencia al Intendente Municipal Dr. Agustín Repetto- de embellecimiento de la Avenida Belgrano entre las bajadas de la calle San Juan y la avenida Carlos Pellegrini. Los trabajos incluían un ordenamiento de la barranca, la construcción de la escalinata que conecta lo que actualmente es el Parque Urquiza con la esquina de las avenidas Belgrano y Pellegrini y la clausura de la pendiente por donde hasta 1899 se subió desde el puerto el carbón mineral importado de Inglaterra para el Ferrocarril Oeste Santafesino, que tenía su estación e instalaciones en las proximidades. Dicha pendiente terminaba en una muralla que sostenía el alto talud de tierra y conformaba un corto túnel por encima del cual pasaba una angosta calle. A los artistas les correspondió intervenir en esa estructura arquitectónica realizada en 1883. Disponían de ese gran arco abierto en el amplio muro, articulado por una doble cornisa de más de 30 metros de largo a 12 metros de altura. La abertura estaba flanqueada por dos pendientes pronunciadas que se convertirían en taludes cubiertos de césped. En consecuencia, embutido en ella ubicaron el espacio plástico de 8,10 metros de ancho por 8,80 metros de alto, fuertemente moldurado, por lo cual el relieve quedó aun más retirado. El mismo está integrado por treinta placas constituidas por una mezcla de cemento con arena gruesa, vidrio molido y óxido de hierro, que le da la coloración rojiza. Las placas fueron moldeadas por el formador Manuel Nuche. Este material, de composición tan original, seguramente respondía a la permanente inquietud de Fontana por experimentar e innovar al respecto.
La figura del sembrador es una alegoría a los albores de la pampa gringa. Aparece solitaria con una movilidad vigorosa y amplia en la acción de esparcir el trigo que lleva en la bolsa. En relación con el plano expuesto, está tratada con un relieve esbozado que adquiere mayor fuerza en razón de la profundidad en la que está empotrado. Los volúmenes se disuelven en la atmósfera, sobre todo los que complementan la composición, como son los barcos que se insinúan en el horizonte, los silos elevadores y las aves que siguen al campesino. Al monumento se accede por una escalinata espaciosa que luego de enfrentarse con un amplio plano inclinado en granito se divide en dos tramos laterales para llegar finalmente a un extendido plano de base. Fue inaugurado oficialmente el 20 de julio de 1943.
Muchacho del Paraná
En 1942 Lucio Fontana ganó el 1º Premio de Escultura en el XXXII Salón Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires con su obra Muchacho del Paraná, bronce de 164 cm. de altura, escultura superlativa, en la que la carga expresiva del chico, la vivacidad del gesto en aferrar un pescado, se resuelven en una estructura plástica de gran pureza, con una musculatura alisada en el movimiento de los brazos y la flexión de las piernas, en la que la luz se detiene fúlgidamente sobre la tersura de un cuerpo aún mojado. Muchacho del Paraná estuvo ubicada originariamente en la actual plaza Caggiano del Parque de la Bandera, cercana a la esquina de las calles 1º de Mayo y Rioja, hasta que en 1978 fue trasladada al Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino para su resguardo y desde entonces se exhibe en el descanso de la escalinata que lleva a la planta alta.
El arte de un pionero
Corresponde recordar que en esos años, sus actividades también en Buenos Aires, lo vincularon provechosamente con la vanguardia rioplatense de los Grupos Madí y Arte Concreto-Invención, y hacia el final de su estadía en la Argentina, estimuló en sus alumnos de la Academia Altamira el “Manifiesto Blanco”, antecedente del lanzamiento luego en Italia, de los Manifiestos Espaciales con los que inició sus exhaustivas experiencias en el campo del llamado “espacialismo”. Fueron años en los que Fontana pudo reflexionar y actuar y sobre todo llevarse las alforjas llenas de ideas a Italia. La segunda Guerra Mundial había terminado, en agosto de 1946 murió su padre y al año siguiente decidió volver a su otra patria.
A los cincuenta años realizó sus primeras pinturas en las que se reveló como un creador absolutamente revolucionario. Perforando la tela con tajos y agujeros, signos de gestos precisos y seguros, el plano del cuadro dejó de ser objeto de representación y los relieves y cavidades producidos generaron un espacio de relación directa entre el adelante y detrás del cuadro, entre el espacio y la luz reales. Fontana llevó sus indagaciones a múltiples campos, intervenciones lumínicas, ambientaciones, diseños de todo tipo y hasta incursionó en la indumentaria. Recibió el reconocimiento mundial y desde entonces es considerado como un pionero que cambió el devenir del arte contemporáneo.
De corazón rosarino
Rosario permaneció siempre en la memoria de Lucio Fontana, tal es así que era una evocación recurrente en las frases con las que cifraba el reverso de sus cuadros realizados en el taller de Corso Monforte en Milán: “Cuando hice este cuadro pensaba en Rosario” o “Aquel día en las barrancas de Rosario”, entre otras. Vivió en nuestra ciudad tres períodos que totalizan dos décadas de su no muy larga existencia de 69 años. En 1966 con motivo de la realización de la gran exposición de su obra en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino escribió en una carta al Director del Museo: “La muestra en el Museo de Rosario me emociona y me lleva a mi ciudad, mis amigos de allá y todas las cosas que viví en esos años inolvidables (…) después de una lucha que no tuvo pausa ni descanso y que la inicié allá en Rosario compartiendo con vosotros muchas emociones y acciones (…) La salud está mal y no puedo viajar pero mi corazón está allá en Rosario”.
Lucio Fontana murió en Varese, el 7 de septiembre de 1968.
FUENTE: ROSARIOTURISMO.COM.AR